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Ni Sergio ni Carolina, niños inconscientes y felices, sabían de ello entonces.
Mas el destino aguarda paciente en la esquina de la calle.
A que un luminoso día de verano del diecinueve a un sí le responda un sí. Quiero. Te quiero.
Sospecho del brillo de Abril porque es mi hija.
Sospecho de su luz porque es su madre la que la atrapa en sus pinceles.
Y entre el hoy y la memoria, no se me aclara el recelo de escuchar el rumor de la misma savia incontenible en la madre y en la hija.
Pasan los años
queda el tiempo y la vida
la muda y la herida.
Cambia el reflejo,
no la mirada
capaz de transformarlo todo,
entero el futuro
en nuevos caminos
con forma de líneas,
unas por leer,
otras por escribir.
Tan grande es el desamparo que nos define que bastan horas de bolígrafos con tinta negra de silencio para reconocer nuestra forma frente al espejo.
